“Anuntio vobis gaudium, habemus Papam” (Os anuncio
una gran alegría, tenemos Papa), fue la esperada frase pronunciada por
el cardenal protodiácono Jean Louis Tauran ante miles de feligreses que
esperaban ansiosos conocer al nuevo representante de la Iglesia
Católica.
Así fue el preludio para dar a conocer el nombre del nuevo líder,
Jorge Bergoglio, de 1.200 millones de católicos, quien posteriormente se asomó a la ventana para impartir su primera bendición “urbi et orbi” (a la ciudad y al mundo) vestido por primera vez con la sotana blanca papal.
Durante la hora que separó la elección anunciada por la fumata blanca
para dar paso a la presentación, el sumo pontífice visitó la “Sala de las lágrimas”, donde los elegidos suelen llorar allí en relativa intimidad, ante la magnitud de la responsabilidad que acaban de asumir.
Con esta elección concluyen cuatro semanas inéditas en la historia moderna de la Iglesia
después de la renuncia inesperada de Benedicto XVI, alegando “falta de
fuerzas”, un hecho sin precedentes en los últimos siete siglos.
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